ISOLINA CUELI

Los Guardas del Camino

Como soy de Priesca, uno de tantos pueblos que atraviesa el Camino, llevo toda mi vida transitándolo.

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Quiero dedicar esta columna a todos los hombres y mujeres del medio rural, que son los verdaderos GUARDAS del Camino de Santiago y los grandes olvidados por todos los eruditos que hablan de la ruta jacobea, como si existiese por arte de magia. Pues no, los caminos están ahí gracias al uso  y conservación de los agricultores y campesinos que, sin saberlo, contribuyeron a que esas vías de comunicación milenarias, que adornan con sus frutales y sembrados y engalanan con flores, sean hoy Patrimonio Mundial de la Humanidad, según la UNESCO.

El último fin de semana de mayo, hice por primera vez, de forma consciente, un tramo del Camino, desde Tornón a Villaviciosa, unos cuatro kilómetros, con otras doce personas. Coincidió con el programa del Segundo Encuentro Jacobeo celebrado en Villaviciosa, en la sede de la Fundación Cardín.

Como soy de Priesca, uno de tantos pueblos que atraviesa el Camino, llevo toda mi vida transitándolo. Cuando empecé a la escuela, con cuatro años, hacía todos los días cuatro kilómetros de Camino. Y para ir a Sebrayo, el pueblo de mi madre, también andábamos -porque no teníamos coche- el tramo más bonito en muchos kilómetros a la redonda, lo que nosotros conocemos como Carrusotu, que discurre paralelo a un pequeño río. Recuerdo que se veían peregrinos extranjeros, pero de forma más esporádica, no con la asiduidad actual que, algunos días, parece una romería.
Como agricultora, venida a periodista, también me considero una guardiana del Camino en la medida que siego matorrales y  malas hierbas, elimino basureros pirata, o les facilito agua o una fruta a los exhaustos caminantes. Pero no sé si a partir de ahora tendré que pedirle permiso a la UNESCO hasta para eso. Según lo que escuché en las conferencias, estos reconocimientos traen más burocracia. Ahora tenemos otro gestor, en este caso, extranjero y a ver quien le explica que los matorrales hay que cortarlos y los hierbajos, por muy bonitos que sean, también.

Sé que en algunos pueblos ya tienen problemas para mover una piedra con el papeleo y control férreo que se impone desde organismos de todo tipo: locales, comarcales, regionales, nacionales y ahora ¡internacionales!. Uno de esos estamentos proponía acotar 100 metros a ambos lados del Camino, para su control.
Me llamó la atención la preocupación de expertos como María Josefa Sanz, historiadora de la Universidad de Oviedo, o Juan Ramón F. Pacios, del Centro de Interpretación del Camino del Norte, en Mondoñedo (Lugo), temerosos de que el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad pueda acabar con el propio Camino. Según sus palabras: “con la masificación del Camino del Norte, como ya le pasa al Primitivo, conocido como el Camino Francés, nos podemos morir de éxito”. Por lo visto, en pueblos del último tramo, en Galicia, donde confluyen las dos rutas, hay días que coinciden más de 1.500 foráneos.  De momento, en Villaviciosa ya están pensando en ampliar la oferta de albergues hacia Gijón. !De qué creerán que van a vivir los hoteles de la zona con precios asequibles, si no aprovechan ese flujo de huéspedes¡.

Quiénes peregrinan saben que hay tantas maneras de hacer el Camino como personas se ponen en marcha.  Lalo, gran admirador de la Ruta Jacobea, me dice que no se puede explicar con palabras: “hay que caminarla, vivirla y sufrirla. Es un reencuentro muy personal”. Linda, americana de Tennessee, que acaba de llegar a Finisterre, lo define como “una experiencia de vida”.
No sé si tendré valor de echarme al Camino algún día, pero sí intento darles ánimos a los peregrinos que me salen al paso por los caminos, por las carreteras o por las caleyas de barro.

En el Encuentro de Villaviciosa aprendí que el saludo de los caminantes antiguos era ¡Ultreya!, del latín, ¡Vaya adelante!. Hoy decimos, ¡Buen Camino!. Ese es mi deseo para los peregrinos que lo patean y para los GUARDAS que cuidan del Camino y de los caminantes, facilitándoles información y ayuda de todo tipo: agua, medicinas, teléfono, comida, cura de heridas, etc. Un  servicio que tampoco interesa reconocérselo.

Isolina Cueli.

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