LUCIANO HEVIA NORIEGA

Cuno

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Cuno

Buena parte de la gente que me conoce se suele sorprender de mi acusada tendencia a la misantropía, creyendo incluso que se trata de una pose, cuando es algo muy sincero. Probablemente la confusión derive del hecho de que, poco orgulloso de este rasgo de mi carácter, intento domesticarlo y mostrarme más vitalista y positivo de lo que en realidad soy.

La verdad es que no hay nada personalmente objetivo que justifique mi aversión hacia el género humano como tal, ya que a lo largo de mi vida son bastantes más las personas que he conocido y con las que he intimado que merecen la pena que la mala gente que camina y va apestando la tierra, de la que hablaba el genial poeta sevillano.

Hace apenas unos días, en medio de un ambiente festivo muy grato que me permite reencontrarme con amigos a los que veo muy ocasionalmente, una desagradable noticia irrumpía luctuosamente en nuestro ámbito familiar. Todos en casa queríamos mucho a Cuno y particularmente me unían bastantes cosas con él, algunas de ellas tan frívolas como nuestro común e insobornable madridismo, hasta el punto de que un llavero con el escudo de nuestro equipo que me suele acompañar fue un regalo suyo.

Por encima de detalles anecdóticos, Cuno era una de esas escasas personas con auténtica vocación de servicio, siempre predispuesto a emplear su tiempo en ayudar desinteresadamente a quiénes le rodeaban, de lo que puedo dar buena fe: recientemente mi madre sufrió un ligero percance físico que le redujo notablemente su movilidad y autonomía y ahí apareció generosamente Cuno para ayudarla, aprovechando la pericia adquirida en su profesión y paliando la torpeza de la que otros hicimos gala. Es solo un ejemplo entre muchos.

Hablaba antes de mi misantropía y de mi divorcio con el mundo, bastante injustificado. Quizá la explicación se halle en algo tan banal como que la mayoría de gente buena suele ser menos noticiable que la minoría de gente mala que emponzoña la realidad que nos toca vivir, aunque sus actos sean tan merecedores o más de ser reseñados. Sirvan estas torpes líneas a modo de recordatorio no solo de Cuno, sino también de tantos otros a los que hemos despedido sin mostrarles adecuadamente nuestra gratitud por hacer más confortable nuestro día a día.

Nos pedía su familia que lo recordáramos sonriente y alegre e intentaremos cumplir esta voluntad. Lo que sí es seguro es que lo recordaremos. Al menos cada vez que nos crucemos con su esposa, hija y nietos, labrados a su imagen y semejanza y cuya existencia nos reconcilia con un mundo tan necesitado de personas como Cuno, tan bien descritas por Machado: buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan.

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