MARIJE AMIEVA

Mi primo Jose

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Mi familia paterna es extensa. Somos treinta primos, aunque el destino, la Santina, Dios o vaya usted a saber quién parece haberse propuesto reducir esa cifra. Podría describir a cada uno de ellos con tan sólo un par de palabras. Mi primo Jose, que nos dejó el pasado viernes, era “alegría” y “trabajo”, además de lo que comúnmente se conoce como “un trastu”. Difícil encontrar una mala cara o recibir una brusca contestación de “Jose, el de Marino”, incluso cuando la vida le golpeaba sin contemplaciones.
“Jose, el de Los Felechos” -fundador, junto con Julio, de la mítica sidrería parraguesa- siempre tenía algo gracioso qué contar, como cuando fue a un curandero para dejar de fumar y “pa salir, ya bajamos la escalera echando un pitu”.

Fue también el más trabajador de todos nosotros. Es lo que vio, vimos, en casa. Poca gente habrá en Parres tan currante como mis tíos y mi padre. Jose sabía lo que era dar el callo de verdad y yo, en parte, también aprendí con él. Mi primer trabajo, cuando aún estaba en el instituto, fue en la cocina de la Sidrería Los Felechos, donde Julín y mi primo se dejaban la piel cada día. No sé las horas que podían echar, pero siempre lo hacían manteniendo la sonrisa.

MirMis padres recuerdan las trastadas de Jose cuando era crío. Nunca perdió esa pillería que a mi me resultaba desternillante. En pleno mes de agosto, hace 17 años, era francamente difícil comer o cenar en Los Felechos sin esperar. Jose decidió de manera unilateral que los vecinos, sus paisanos y amigos, tenían prioridad frente a los turistas. Así que llegaba a la cocina y, con mucho disimulo, nos cambiaba el orden de las comandas. Sacaba de quicio a la cocinera, “Maruja la de la Terraza”, porque desbarajustaba el trabajo. “¡Ya anduvo Jose haciendo de les suyes!”, gritaba. Después, cuando le increpaba, mi primo guardaba silencio, se giraba, me guiñaba un ojo sonriendo y salía de la cocina como alma que lleva el diablo. Jose fue muy de Arriondas y, a juzgar por la cantidad de vecinos que le han querido despedir, Arriondas también fue muy de Jose.
Espero que este pueblo tan generoso sepa arropar a mi tía Angelita, quien ha vuelto a recibir un duro revés. Porque los hijos se acostumbrarán a vivir sin su padre, es ley de vida. Pero es antinatura que una madre tenga que vivir sin un hijo. Y espero también que quienes se acerquen a saludar a mi tía cambien el “¿qué pasó?” por “¿cómo estás?”. A eso también somos muy dados en Arriondas y, en este momento, sobran las preguntas.

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