Gonzalo Barrena

Ya no hay asturianos

Unos clientes de conveniencia y verano se demoraban dudando al pedir otra sidra para cuatro, y una ración de tarta con tres cucharillas

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Hubo un tiempo tardío en la españa del general en que la alimentación se vino arriba y los asturianos profundizaron en la grandeur, pues la región siempre amó la exageración y el envite.

Eran años de transición aunque viviese el dictador, y la libertad crecía como un embrión al ritmo de sus achaques, con el corazón de la democracia latente en las ecografías clandestinas del socialismo verité.

En aquel tiempo post-franquista con Franco, los tratantes de La Pola visitaban las ferionas de Corao con la cartera llena y el vientre de siempre, y como la vida era así, más lenta, salían de casa abastados para más de un día.

Los bares de entonces admitían comidas (o no) si lo ponía el cartel, y las mesas se hermanaban en hilera, prolongando la ley de los trenes. Ya existían el share (compartir) y el chat pero, al igual que las relaciones, se desenvolvían entonces cara a cara.

Quizá fueron los últimos tiempos del asturiano legendario, cuando cedieron el mito y las jarturas a la razón del colesterol. Con el final de ese modo de comer llegaron los gimnasios y la decadencia de la nación, y empezaron a mermar aquellos polesos que llegaban a Corao, procedentes de Las Asturias de monólogo, a oficiar en el anfiteatro del 26 de mayo, o víspere, día sagrado para dioses, hombres y ganados del norte peninsular. 

Entraban en los locales asistidos por derecho y cultura de taberna, con bolsas de rafia atestadas de fiambre hoy difíciles de creer. Porque una cosa es contarlo y otra haber visto con ojos infantiles, de los que archivan patria, las tarteras de samartín llenas hasta la tapa de filetes, empanados para aguantar días, o de aluminios estancos con tres o cuatro docenas de huevos cocidos -la casa ponía sales- o lacones enteros que se deshuesaban a chambas, un nombre que se aprendía de golpe, cuando el convidador ofrecía lonchas rebanadas a navaja de aire.

El pasado domingo, en la mesa de al lado, unos clientes de conveniencia y verano se demoraban dudando al pedir otra sidra para cuatro, y una ración de tarta con tres cucharillas. Ya no hay asturianos.

 

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