Opinión

De bañarme en Enol al feudo de los Lagos

Cuando era pequeña, había una visita obligatoria del verano que mi abuelo no perdonaba y que consistía, básicamente, en subir a los Lagos de Covadonga a pasar el día. Una excursión que empezaba en Acevedo, al otro lado de El Pontón, y acababa a remojo en el lago Enol. «Otro que ha quemado el embrague», solía decir mi padre cuando nos encontrábamos con alguno de los muchos coches que poblaban las cunetas de la carretera.

Esta tradición familiar, perpetuada en el tiempo hasta pocos veranos antes de que mi abuelo muriera, era para él una forma de volver a visitar una tierra que, sin ser la suya, sentía como parte de él. Mi abuelo caminó por Picos de Europa hasta la saciedad cuando trataba con ganado y su forma de ganarse la vida era, básicamente, venir a vender y comprar a Asturias recorriéndolos a pie.

Han pasado casi tres décadas desde la última excursión familiar y, a día de hoy, el panorama ha cambiado sustancialmente. Es cierto que en la carretera de los Lagos ya no hay ni coches recalentados en las cunetas ni retenciones para coronar el recorrido. Tampoco es posible bañarse en el lago Enol, un recuerdo de mi infancia que todavía hoy me resulta raro no poder rememorar. Pero, quizás, lo peor no sea que todo eso haya desaparecido en ese tratamiento casi de lugar sagrado que se aplica a un espacio que forma parte del Parque Nacional Picos de Europa. Quizás lo grave es que quienes, como mi abuelo, dieron forma a esas tierras que los demás disfrutamos como un paseo turístico o nostálgico, como era mi caso, también tienen prácticamente prohibido el acceso a él.

Preguntarle a un ganadero o a un pastor, a uno de los pocos que quedan, de la Montaña de Covadonga es hacerse una idea del "Santa Sanctorum" en el que se han transformado los Lagos. «Todo está prohibido», es la frase más repetida. «No nos quieren aquí» suele ser la siguiente. El nivel de prohibición para casi todo es tan salvaje que realizar uno de los oficios más antiguos de la historia del ser humano, la ganadería, se convierte en una gesta en la que muchos tiran la toalla por el camino, no sin razón. Y, si bien son muchos los que siguen adelante con su labor, el día a día no hace más que meter piedras en una mochila que cada vez resulta más pesada de llevar quizás casi más por las incongruencias con las que se gestiona este espacio natural que por otros motivos.

El último: todos los impedimentos con los que se encuentran los ganaderos del concejo de Cangas de Onís con licencia de pastos para poder, simplemente, cruzar la barrera de Covadonga. Una que se abre sin descanso para quienes suben, como yo antaño o todavía a día de hoy, a los Lagos a pasar el día. A mirar el paisaje. A hacer uso de un tiempo de ocio que marca una increíble desigualdad con quienes necesitan -del verbo necesitar- subir a dar de beber a su ganado, comprobar el estado de sus vacas o hacer cualquiera de las labores que conlleva tener una ganadería. 

Mi abuelo vivió para saber que sus queridos Picos de Europa al completo iban a ser reconocidos con la distinción de Parque Nacional. Y una de las cosas que más le emocionaron de aquel título era saber que parte de ese paraguas de protección se aplicaba a quienes los habitaban y vivían, como él en su juventud, en ellos. Porque mi abuelo, aunque de aquella no existiera el término conservacionismo o no tuviera los tintes que muchos le ponen a día de hoy, lo era. Para él cuidar de sus animales y del entorno del que vivía era principio básico y casi religión. Quizás por eso, cuando a todos los de su quinta les parecía una aberración que Picos de Europa se transformara en un espacio protegido, él lo celebró tanto. Porque ese nombre que a otros atemorizaba para él era el equilibrio perfecto. El de cuidar de la naturaleza pero, también, a sus moradores.

Qué lástima que esa parte, la de contar con un modelo de gestión que proteja a quienes desempeñan su trabajo en un intento casi imposible de mantener vivo el medio rural, se haya perdido por el camino. Y qué lástima también, y así lo habría visto mi abuelo, que ahora quien viene de visita a los Lagos tenga más derechos que quienes tratan de seguir viviendo apegados a la tierra por más que ésta, o sus leyes, se lo impidan.