Marije Amieva

Hasta siempre, Don José

Ayer, martes, Arriondas despedía a un gran profesional de la sanidad: el doctor José Cinos Romero, más conocido como Don José. Con la venia del célebre Ezequiel Ordóñez, Cinos ha sido y siempre será mi médico. Me curó catarros, varicela, sarampión, gripes y demás calamidades. Fue el último médico de pueblo del concejo de Parres, si evocamos ese concepto de galeno de antaño. Porque Don José no era médico de ocho a tres, es decir, funcionario. Después de pasar consulta en el ambulatorio (todavía recuerdo aquello de “pedir el volante”) su casa se convertía en una especie de hospital de campaña, con un despacho fascinante. Recuerdo unas puertas correderas y un teléfono clásico que me alucinaba.
“Don José tengo a la niña con un fiebrazo tremendo. ¿Puede venir?”. Bastaba una llamada de mi madre, a cualquier hora, para que apareciese con su maletín en un periquete. Aplicó este sistema hasta su jubilación. Bueno, en realidad no. Cuando Cinos llegó a Arriondas pocas familias tenían teléfono en sus domicilios. Por tanto, para solicitar sus servicios los vecinos desfilaban por su casa. Allí eran atendidos por su esposa,  Isabel Garrote, que hacía las veces de secretaria. Amable, tranquila y exquisitamente educada. Siempre pensé que Isabel tenía tanto mérito como Don José.
Hace cuatro años el pleno del Ayuntamiento de Parres acordaba bautizar con el nombre de “Pasaje Doctor José Cinos” el tramo que va desde la esquina frente a La Heladería y Muebles Módulo al edificio de Correos, aproximadamente. Por aquél entonces les contaba desde esta sección que Don José había evitado que quedase en silla de ruedas siendo una niña, cuando él ya disfrutaba de su merecida jubilación. Después que me viesen médicos, pediatras, especialistas... y recibir diagnósticos desacertados e incluso contradictorios, mi padre decidió llevarme a casa de Cinos. Le bastó verme caminar para sentenciar: “por la manera en que cojea, esta niña tiene la cadera derecha destrozada y la izquierda empezando. Hay que recurrir a un traumatólogo cuanto antes”. Desde entonces, para mi familia Don José se volvió más mago que médico. Reconozco que mis padres, y posteriormente mi hermano y yo, lo teníamos un tanto divinizado, tanto por su faceta profesional como personal. Y cuando alguien así fallece, nace un mito: “si viviera Don José ya te habría curado”.

P.D.: Envío desde aquí un enorme abrazo a sus hijos y toda su familia, en especial a su esposa Isabel.

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