Opinión

Polarizados

Se insiste mucho en que el nivel de crispación social que padecemos no tiene parangón con nada de lo vivido recientemente. Tanto es así que “polarización” ha sido elegida palabra del año 2023 por la Fundación del Español Urgente. A ver, no seré yo quien niegue la existencia de tensiones muy enconadas, pero de ahí a decir que el momento actual es el más convulso de nuestra historia reciente en un país que vivió cuatro guerras civiles en apenas cien años me parece que media un buen trecho.

Sí me sumo, creo que más cabalmente, a la teoría de que nunca ha habido tantos idiotas (entre los que me incluyo, evidentemente) con opinión amplificada. Muchas de las majaderías que años ha se quedaban en la barra del bar ahora se propagan y viralizan con la misma velocidad e igual grado de memez que una frase inspiracional de Paulo Coelho de esas que nos agreden en cuanto nos despistamos un poco con el ordenador o el móvil. Todos nos sentimos con derecho a manifestar nuestra opinión de mierda y algunos hasta a emborronar unas cuartillas con ella. Y si puede ser a grito pelado, peor que mejor.

Polarización ha habido siempre: izquierda o derecha, PSOE o PP, Madrid o Barça, Oviedo o Sporting, Arriondas o Cangas, rojos o azules, ricos o pobres, creyentes o ateos, Letras o Ciencias…

Pero división ha habido siempre, no nos engañemos. Algunos, sin necesidad de ser viejísimos, recordamos cómo pretendían resolver las diferencias (es un decir) los iluminados de turno no hace tanto tiempo. O sea que, al menos por ahí, no hemos salido perdiendo. Tampoco creo yo mucho en la supuesta excepcionalidad de nuestro país ni en el manido eslogan del “Spain is different”: el fenómeno hooligan ha invadido espacios ajenos a los deportivos aquí y en otros sitios. Tendemos a defender o ridiculizar ideas y planteamientos no tanto por su valor (o falta de él) intrínseco como por la simpatía o antipatía que nos produzca quien se erige en portavoz de ellas o las esgrime con más ahínco. Y en ese sentido la política también ha ido futbolizándose.

Lo que sí resulta realmente descorazonador es hablar con personas habitualmente sensatas y ver los subterfugios usados para negar evidencias y poner de manifiesto que los “suyos” no son iguales que los “otros” aunque los comportamientos delictivos que se les achaquen se asemejen sospechosamente, y el botín sustraído salga del bolsillo común. Aquí de nuevo el fútbol vuelve a ser una unidad de medida muy reveladora respecto a cómo nos comportamos: montamos en cólera cuando creemos que las decisiones arbitrales benefician a nuestro rival achacándolas a conspiraciones o adulteraciones competitivas y callamos cuando somos nosotros los favorecidos. Ese penalti que nos parece flagrante cuando nos lo pitan a favor pasa a ser más que dudoso cuando es en contra y ese gol que se le birla al eterno rival está perfectamente anulado, pero ardería Troya si se lo quitaran a los nuestros. O viceversa. Pues con la política lleva años pasando lo mismo: lo de Koldo no es comparable a la Gürtel, aunque lo verdaderamente gordo está en los Eres, del escándalo de Valencia no decís nada, pues anda que Filesa tiene miga… Y así vamos enfatizando o minimizando según nuestra anteojera ideológica, demostrando que no nos importa tanto lo execrable de la acción como quién la cometa.

Polarización ha habido siempre: izquierda o derecha, PSOE o PP, Madrid o Barça, Oviedo o Sporting, Arriondas o Cangas, rojos o azules, ricos o pobres, creyentes o ateos, Letras o Ciencias… Yo mismo he caído en ella muchísimas veces, casi siempre con la habilidad electiva que me caracteriza: antepuse el vídeo Beta al VHS, solía elegir los Yoplait antes que los Danone, respecto a mi militancia huelgan comentarios y la decisión de cursar una licenciatura de Humanidades no fue recibida con gran alborozo materno. Al menos con el fútbol no me ha ido tan mal.