VICENTE G. BERNALDO

No cambien las leyes, cambien los jueces

Cambiar los jueces, significa evitar los prejuicios de muchos magistrados, su excesiva ideologización cercana al antiguo Tribunal de Orden Público y su desmesurada vinculación con el Opus Dei.

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No cambien las leyes, cambien los jueces

 

Cuando los jueces insultan a los ciudadanos con sus sentencias, estos tienen el derecho, y la obligación, de rebelarse ante la justicia y dejar claro que la soberanía popular reside en los españoles y no en las togas. Y realmente, la insumisión de los habitantes de este país y su indignación ante la decisión de tres jueces de la Audiencia de Navarra de blanquear el caso de La Manada ha sido una muestra de este descontento en el que abundaban las mujeres, pero también la rabia se extendía a muchos hombres.

La agresión judicial contra las mujeres, especificada en la víctima de la violación de Pamplona por cinco energúmenos que aprovecharon su poder para vejar a la chica de 18 años que tuvo la desgracia de encontrarse con estos tipejos, causó la natural irritación entre los españoles que salieron a la calle para mostrar su rechazo a la sentencia. Una protesta pacífica, pero llena de mala leche, que sorprendió a muchos de los togados que piensan que su poder es omnímodo y que la suya es palabra de dios. El propio presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, llegó a declarar que las manifestaciones ciudadanas le parecieron desproporcionadas.

¿Desde cuando es desproporcionada la libertad de expresión, encauzada de modo firme y sin violencias? Quien duda de la constitucionalidad de la protesta y de su lógica aplastante tiene un sentido de la expresión ciudadana muy restrictivo y, por tanto, autoritario. A Lesmes se le ha visto el plumero totalitario. O a lo mejor encuentra más proporcionado asaltar la Audiencia de Navarra, con tal de desprestigiarlas, lo que jamás harían las feministas que impulsaron las críticas.

El eco de las protestas llevó a las instituciones a reflexionar sobre el contenido de la sentencia que desecha la violación de una joven manoseada por cinco animales que incluso grabaron su hazaña con el móvil y luego le robaron su teléfono portátil para evitar que llamara a la Policía. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid algunos dirigentes conservadores sugirieron la posibilidad de endurecer las leyes, quizá pensando en esa despreciable venganza que es la prisión permanente revisable.

Pero las leyes no son el motivo de las críticas de los españoles. Una sentencia de 22 años por violación parece razonable e ir más allá es tratar de manipular el Derecho. No hay que cambiar las leyes, hay que cambiar a los jueces que las interpretan como lo hicieron los tres togados de la Audiencia de Navarra, porque, con leyes incluso más duras, podrían haberles aplicado la misma interpretación  generosa.

Cambiar los jueces, significa evitar los prejuicios de muchos magistrados, su excesiva ideologización cercana al antiguo Tribunal de Orden Público y su desmesurada vinculación con el Opus Dei. Quinientos magistrados menos ligados a la mafia blanca, y aún serían demasiados los adictos a la orden de Escrivá de Balaguer. Y, también abortar el corporativismo irracional que destilaron las asociaciones de jueces y fiscales de todo pelaje dando el plácet a la sentencia. Menos mal que nos quedan los tribunales europeos para salvar la justicia. Como diría Isabel Pantoja si estuviera en estas circunstancias: Estrasburgo, Estraburgo, que es lo que les jode.  

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