CORAO

El molin de Corao, 300 años de tradición molinera

Bernardo y Carmen trabajan ahora el molin, con siglos de historia

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3 siglos moliendo en Corao

En Corao, movido por el río Güeña, funciona desde hace siglos un molín. El molín de Corao.Su actividad aparece ya recogida en un catastro datado en 1752, pero antes de que ese papel se escribiera el molin ya funcionaba. Sus piedras son testigos silenciosos de una parte de la historia de Asturias y en algunas de ellas aparecen marcas y fechas realizadas por personas que lo utilizaron, o quizás lo levantaron. Nombres que no aparecen en los libros pero guardaron la tradición al tiempo que ésta servía como sustento.

El molin de Corao es un ingenio hidráulico en peligro de extinción, que no contamina, que utiliza como energía la fuerza que lleva el río y que toda la vida molió el maíz de la zona de Cangas y colindantes.

Bien conservado, limpio y en perfecto funcionamiento, se accede a él por un portal tradicional, donde la costumbre molinera asturiana -basada en la misma confianza de no trancar la puerta por las noches- es la de dejar ahí las moliendas, los tesoros cargados de harina, para que los vecinos que acercaron el grano y acordaron la maquila las recojan cuando quieran, sin necesidad de llamar. Cada saco lleva una marca, una cuerda de un color determinado, una tela vieja convertida en bolsa, o un nombre. Y aquí, aún, se respeta lo que no es tuyo.

Los actuales dueños del molín de Corao son Bernardo y Carmen, quienes vinieron a vivir aquí de recién casados, en el año 1985. Desde entonces, una pequeña ganadería y el molín son su trabajo.

Aunque ahora la que más muele es Carmen, Bernardo conoce bien el oficio, porque nació aquí, y el dulce olor de la harina recién molida está en su ADN. Su abuelo, José Bulnes, natural de Isongu, se hizo molineru al volver de Cuba, y sus padres, la recordada Amalita Alonso y Paulin Bulnes, mantuvieron la actividad molinera. Ellos dos la mantienen ahora. Como una ayuda para la economía familiar y también con cierto romanticismo, porque se saben mantenedores de una tradición, un oficio, íntimamente ligado a la cultura y memoria asturianas, a su gastronomía, que calmó mucha fame y que, tristemente, va camino de perderse para siempre.

Debería estar firmado en piedra que edificios como este siguieran en pie, intactos, y que aquellos que los moran, los cuidan y los trabajan tuvieran facilidades para conservar nuestra historia, para ganarse la vida en ese medio rural que tanto se nombra en época de elecciones. Debería dar vergüenza que muchos molinos estén comidos por el bosque, al pie de aquellos ríos que los empujaron, sin ningún tipo de empeño por parte de las Administraciones en fomentar su resurgimiento o su conservación. Olvidados, desplazados por ingenios modernos más capaces y rápidos para dar de comer a las hambrientas bocas del consumismo.

En Corao, Bernardo y Carmen quieren seguir moliendo, practicando la maquila, dejando el portal abierto para que cada cual deje o coja. Quieren seguir conservando este molín de 3 muelas al que se acercan vecinos de todos los concejos para hacer, entre otros manjares, buenos tortos y borones. Tienen todos los permisos correspondientes para moler, tanto para consumo humano como para pienso. Pero ahora, desde la capital les reclaman adaptarse a una normativa similar a la que se exige a alguien que tiene una gran fábrica, y hace como cosa de un mes vinieron desde Oviedo, registrando más de 14 “incidencias” en una inspección. Incidencias que van desde la obligación de poner un contador de agua, colocar imanes, hacer un control de personal, registrar a cada cliente y especificar el uso que le va a dar a la harina o cerrar el maravilloso portal con un portón. Algunas son nimiedades. Otras, atacan directamente a la esencia de este lugar, a su uso tradicional y al amor por la etnografía asturiana. Bernardo y Carmen subsanarán todas las “incidencias” que puedan y como puedan. Qué remediu. Y esperan impacientes el veredicto de la siguiente inspección llegada desde Oviedo.

Lo que está claro es que por comer harina de aquí nunca nadie tuvo problemas pero, quizás, las normas hechas desde altos despachos en la urbe consigan que en Corao, uno de los pocos molinos que aún se conservan y muelen, deje de funcionar tras 300 años sin dejar de hacerlo.