Oviedo

Memoria viva de los canteros de Asturias

Angel Marcos aprendió el oficio de canteru en Igena con sus tios maternos

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Angel Marcos: memoria viva de los canteros de Asturias


Con casi 95 años, Ángel Marcos Alonso repasa su larga vida sentado ante una ventana en un barrio de Oviedo. Sus manos, muy trabajadas, y su mirada, cargada de sabiduría, resultan avales perfectos de las historias que desgrana, despacio, aportando fechas, lugares y nombres de personas.

Ángel dedicó gran parte de su vida a la cantería, un oficio duro y que implica maestría. Él es uno de los muchos hombres que forjaron -a base de esfuerzo, talento y  salud- una parte de la historia de Asturias.

El Fielato no ha querido perder la oportunidad de escuchar sus vivencias y convertirlas en  letras, esperando que sirvan como un sencillo reconocimiento para él pero también para  todos los canteros que dejaron su vida y sus espaldas labrando y colocando las piedras de edificios que ahora muchos visitan y que continúan vacíos de referencia a los nombres de quienes los levantaron.


«De aquella no preguntaban qué querías ser, pero si me hubieran dau a escoger una profesión, hubiera escogíu ser canteru igualmente. Era un oficiu que llevaba en la sangre, porque siempre lu encontré fácil y se me dio muy bien. Tuve una maestra que creía que tenía aptitudes pa cura, porque aprendía bien la doctrina en el catecismo. De hechu, fui monaguillo una temporada y estaba encantáu con les propines, pero lo de ser cura…eso no me iba», cuenta Ángel, que comienza su relato  hablando de sus orígenes. «Mi padre era de Beceña [Cangas de Onís] pero iba muchu por Igena a visitar a unos tíos. Allí conoció a mi madre, se enamoraron, se casaron y se fueron a vivir a Beceña». Una epidemia de gripe se llevó a su  padre en el año 1931, cuando Ángel tenía 7 años. Su hermano mayor se quedó en el pueblu trabajando. Sus hermanas, aun pequeñas, quedaron al cargo de su madre y él tuvo que ir a vivir con su abuela materna y sus tías a Igena. De aquella época, Ángel recuerda que daban clase en el pórtico de la iglesia de San Cosme, antes de que hubiera escuela. También recuerda la curiosidad con la que observaba a sus tíos labrar piedras, que habían aprendido el oficio de su abuelo, Ángel Alonso. Tras dos años en Igena,  a la edad de 9 años, su abuela le envió a vivir a San Pedro de Ambás (Villaviciosa),  donde estuvo  acompañando a una tía soltera en una casona. Allí estuvo hasta que en el verano de 1935 el vecino de al lado le pilló cogiendo cerezas en sus tierras, lo que desencadenó que su tía le volviera a enviar con su abuela. La Guerra Civil estaba a punto de estallar.  Uno de los trabajadores de la casa se ofreció voluntario para ir al frente y eso supuso que, siendo un críu,  Ángel empezara a  labrar piedras de molino junto a sus tíos. Corría el  año 1936. La guerra le devolvió a Beceña, donde continuó labrando piedra y trabajando en obras de construcción, con sólo 12 años. «La vida cambió a peor de aquella. Yo entonces estaba en la edad de la curiosidad, era un críu, y recuerdo subir al monte en Beceña a ver como caían las bombas de los aviones en Con o juntu a Llenín. Sonaban...¡¡¡PUM!!! Era impresionante», relata. Desde 1935 hasta el año 1967  Ángel se dedicó a la cantería. También trabajó en la mina Milagro, en Onís. Y conoció a su mujer, Pepa, gracias al teatro. La vio actuar y se enamoró. Él también se metió al teatro, para estar cerca de ella. «Representábamos obras en Cangas, en Benia, en Corao…, cobrábamos entrada pa sacar dinero pa las fiestas de San Miguel y de San Pedro».

Ángel  labró muchas piedras para los muchos molinos que entonces había en la zona. También lavó mucho cobre en la mina y fue testigo de los importantes hallazgos arqueológicos que en ella se encontraron. Pero los dos trabajos de los que está más orgulloso son la iglesia de Mestas, que ayudó a reconstruir después de la guerra, y la de Cangas de Onís,  donde ejerció de oficial de cantería. «Toda la piedra de la cúpula de la iglesia de Cangues la labré y la pusi yo. El aleru, la cornisa…la iglesia actual se hizo ahí, en el mejor terrenu de Cangas, porque se empeñó un indianu de la época en hacela. Y eso que la de arriba, la de San Antoniu, estaba perfectamente».
Aquel trabajo le pasó factura: «Trabajábamos muchas horas, a pelu, sin guantes, ni mascarilla, levantando y dando vuelta a piedres enormes. Eso me provocó una hernia discal y una enfermedad pulmonar crónica. De la hernia me operaron y tuve que dejar la cantería. Encontré trabaju de celador en el Hospital General, en Oviedo. Recuerdo que cuando fui a presentarme pal trabaju me advirtieron que había que coger pesos. Y pensé ¡Menuda cosa e!, de trabajar con piedres enormes a tener que cambiar de una camilla a una cama a una persona entre dos. ¡Mira tú!».
Desde entonces él y su familia viven en Oviedo. Se jubiló en el año 1989 y poco después quedó viudo. Ahora dedica sus días a descansar, bien cuidado por sus hijas. Tiene tres nietos y tres bisnietos, «repartidos por el mundu», y disfruta acudiendo cada día al centro social de Santa Teresa, donde toma café y juega al tute.

Sus hijas, Alicia y Tere, quieren que los recuerdos y el relato de Ángel sirvan como testimonio contra el olvido de los canteros,  unos hombres que trabajaron de sol a sol dejando espalda, manos y vida en un oficio artesano y difícil que nunca, todavía, ha sido reconocido debidamente.