ARRIONDAS

El Bar La Xunca echó el cierre en Arriondas tras casi 50 años en La Peruyal

POR TAMARA LLAMEDO
La Xunca siempre fue en Arriondas algo más que un bar

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La Xunca de Arriondas

 

La Xunca, antes de ser la Xunca, ya era un chigre. Un pequeño chigre ubicado en los bajos de una preciosa casa con escalera exterior en el Barrio de la Peruyal, corazón de Arriondas, la capital del concejo de Parres. Allí estuvo, durante los años 30 y hasta que empezó la guerra, el bar de Francisco López, más conocido como el “Chilindrón”. Después pasó a manos de la Familia López –de ahí su primer nombre, “Casa López”–, hasta que en los años 70, Miguel Mier, procedente de Calabrez (Ribadesella), compró la casa y el bajo y, junto con su sobrino Nobel Martínez Mier, abrieron  lo que hasta la pasada semana fue La Xunca.

La Xunca ha sido en Arriondas algo más que un bar: ha sido una sede para muchísimas generaciones de vecinos que encontraron allí refugio, amabilidad, buena comida y ambiente de amigos. Puede que el espíritu de las reuniones que el Partido Comunista tenía allí durante la Transición sembrara entre sus paredes ese halo especial que hacía que allí siempre se encontrara a alguien para hablar, debatir  y compartir vasos, o puede que la amabilidad y generosidad de los que lo regentaron, Nobel padre primero, con su mujer Paquita  Peláez en la cocina guisando a la manera tradicional, y Nobel hijo después, siempre con una sonrisa, hicieran que la Xunca fuera para muchos como una extensión del salón de casa.

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Los Amigos de Parres también se despidieron de La Xunca El colectivo Amigos de Parres, de Arriondas, quiso hacer su particular homenaje al bar la Xunca el pasado jueves y lo hicieron con una cena de despedida en la que entregaron a Nobel Martínez, propietario del mítico chigre, un detalle en forma de agradecimiento por todos los años que este establecimiento, que el pasado sábado cerraba sus puertas definitivamente, lleva acogiéndolos y donde llevan entregando su galardón Premio Fayuela desde hace más de veinte años.

Cierra La Xunca, y tras su puerta quedan recuerdos de 50 años de pandillas, gente de los pueblos y vecinos de Arriondas, que guardaran sus paredes para siempre: desde las reuniones del partido comunista hasta los encuentros  de los socios fundadores de La Peruyal, desde las cenas de Nochevieja de pandillas hasta las comidas de los grupos de montaña, la entrega de los premios Fayuela, las comidas gratuitas a los más necesitados, el menú de los obreros, los que toman allí siempre el café por la mañana y comentan el periódico, todos los vermuts del Bollu, los bailes al son de la charanga en el Bollín, los encuentros después de la salida el día de Les Piragües…

Cierra La Xunca, y no se habla de otra cosa en Arriondas, como si desapareciese alguien cercano, como un problema de todos, como un vacío que nadie sabe explicar pero todos los habituales del sitio sienten, como si de repente no hubiera a donde ir.
Está claro que hay lugares especiales, sitios en los que las personas crean recuerdos y hacen propios, una parte de la vida de la gente. Y La Xunca era uno de esos sitios. Y siempre lo será, vuelva a abrir sus puertas o no quedará para siempre anclada en la memoria de varias generaciones del pueblo de Arriondas. Como sucedió con el sauce del parque, que aún se recuerda con cariño como un lugar sagrado desaparecido, y que se trasmite a través de las historias a los que no lo conocieron.

A lo largo de toda la semana pasada fueron pasando por La Xunca muchos para despedirse, todos con el mismo sentimiento de pérdida: como Luciano Hevia y Queipo, los dos camareros durante distintas épocas, que coincidieron llegados desde Gijón y Llanera para decir adiós a La Xunca un día normal con la gente de siempre, o los Amigos de Parres, que acudían a cenar para despedirse y darle las gracias a Nobel. Como ellos muchos otros. Todos diciendo adiós a ese lugar, como una liturgia necesaria antes de acostumbrarse a que La Xunca no esté.

Cierra La Xunca, y su cierre no significa lo mismo que cualquier otro cierre, porque aunque seamos conscientes de que todo está sujeto al cambio, parece que hay cosas que están fuera de esa certeza, y La Xunca parecía un lugar eterno.