Descenso Internacional del Sella

El Tren Fluvial: siete decadas siguiendo les Piragües

El próximo año el Tren de les Piragües cumplirá 75 años

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Siete décadas siguiendo Les Piragües desde el Tren

 

Un tren de vagones de madera, con locomotora de vapor y adornado con banderas y flores viajó desde Infiesto hasta Arriondas un 11 de agosto de 1945.

En su interior, bandas de música, gaiteros y gente, mucha gente. Tanta, que las plazas para viajar en él se agotaron días antes del trayecto. Aquel día se celebraba la 8ª edición de la Fiesta de Les Piragües y nacía el Tren Fluvial, el tren de Les Piragües, convirtiéndose en un ícono y un símbolo inherente e imprescindible en la fiesta.

Han pasado ya 74 años desde que Tato Campomanes, médico de Gijón que pasaba consulta dos veces a la semana en Infiesto y que en aquella época era director deportivo del Sporting, le trasmitiera a Dionisio de la Huerta las estupendas vistas del Sella de las que se disfrutaba desde el tren.

Era común que el equipo de fútbol de Gijón viajara a Cantabria y al País Vasco en este medio de transporte y a Tato, gran seguidor de la fiesta de Les Piragües, no le pasó desapercibido el privilegiado palco que podía suponer el tren para seguir la carrera por el río. La sugerencia encantó a Dionisio, siempre preocupado en introducir originales novedades a la fiesta, y además le recordó a los convoyes que había visto en sus viajes a la India. Así fue que, tras las gestiones oportunas, el Tren Fluvial entró por primera vez  en la estación de Arriondas el segundo sábado de aquel  agosto del 45. Y lo hizo para quedarse.

 Tren de madera siguiendo el Descenso del Sella.

En el año 1946 ya salió desde Oviedo y, al año siguiente, también desde Llanes y Gijón.   Siempre agotando las plazas, adornado y ambientado, y pitando a su llegada, para anunciar a bombo y platillo su presencia.

Un cartel anunciador del 14º Descenso, que se celebró en el año 1950, recoge, escrito de mano de Dionisio, que el billete del tren fluvial para los que viajaban desde Arriondas a Ribadesella era una contraseña secreta, personal e intransferible, que sólo podían conocer los afortunados pasajeros; una seña más de la originalidad y la chispa que tenía el creador de la fiesta.  Por aquel entonces el tren paraba un mínimo de tres veces en su camino a Ribadesella, y los pasajeros-espectadores tenían tiempo a divisar desde la orilla a los cabezas de carrera, animando a los participantes y trasmitiendo noticias por radioteléfono a los que esperaban en la meta riosellana. Luego, se volvía corriendo hacia el tren, que esperaba en la vía, paciente, y pitaba para anunciar su partida hacia Ribadesella.

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Selleros en uno de los vagones del Tren Fluvial


En el año 1951, recién nacidos los Tritones de Piloña, 3 de los integrantes de esta asociación viajaron hasta Arriondas por primera vez desde Infiesto.  Eran “Tito” Azcoitia Argüelles, Rodrigo Fernández y Gonzalo Rosáinz, precursores de la tradición sellera sagrada que tiene a los Tritones piloñeses como los guardianes del río. Ahora los Tritones se cuentan por cientos y nunca faltan ni faltarán a su cita para cuidar que las aguas del sella estén limpias para la salida de los piragüistas y  que las calles de Arriondas se llenen de folixa y cánticos tritoneros.


En aquellos años, y viendo el auge y la numerosa acogida que el Tren Fluvial tenía, se estableció un límite de veinte vagones, aunque hubo ediciones históricas en las que el convoy superó esa cifra y llegó a transportar hasta 5 bandas de música. Allá por los años 80, cuando la prueba consiguió el reconocimiento de Interés Internacional,  el tren era acompañado desde la otra orilla en su viaje por una larga caravana de coches, camiones, motos y bicicletas que constituían desde el aire un colorido hormiguero de gente en peregrinación a Ribadesella y los campos de Oba.


Los tiempos han cambiado. Ahora las plazas del tren son más limitadas y obligan a viajar sentados, por motivos de seguridad.  Además, ya no da tiempo a que pare y que los pasajeros se bajen, porque de hacerlo llegaría más tarde que los primeros palistas. Ahora, la caravana de gente que le acompañaba desde la otra orilla ya no es aquella que fue, también por temas relativos a evitar accidentes. Pero, como dijera Dionisio durante los versos que leyó para la 50 edición de Les Piragües, «con los neños que tengamos, y los neños de los neños, vendremos a las piraguas (…) aunque ya seamos vieyos y estén las cosas cambiadas (…)”. Un mantra que el tren cumple cada año. Aunque esté a punto de cumplir los 75 y ya no sea aquel tren cargado de gente hasta en su exterior.

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Los tiempos seguirán cambiando pero es seguro que la fiesta de Les Piragües continuará siempre,  y que cada primer sábado de agosto que se celebren se oirá en Arriondas el pitido inconfundible del tren fluvial llegando, adornado para la ocasión y anunciando, como un reloj que marca el inicio de algo muy especial e importante, que un año más se celebra el Descenso Internacional del Sella.