Opinión

Picu Viyao

Ahora que redoblan los discursos de guerra y los votantes han dejado de distinguir las setas venenosas de las otras, cada vez somos más quienes creemos que la patria es la infancia. El Picu Viyao fue uno de sus límites para Ángel Gutiérrez, el español ruso que se crió en Pintueles, al pie del picu, y partió con mil doscientos niños en la bodega de un barco con rumbo a Leningrado a través de mares desconocidos.

Todo ello ocurría en 1937, con el fin del verano y las tropas de Franco empujando el Frente Norte hacia el mar.

Embarcó con Angelines, una de sus hermanas, pues a la más pequeña no se lo permitieron debido a la edad. Ángel apenas tenía cinco años, y venía con otro puñado de rapaces asturianos desde La Reboria, también Piloña, donde habían sido concentrados antes de ser evacuados. Todo ello ocurría en 1937, con el fin del verano y las tropas de Franco empujando el Frente Norte hacia el mar. Zarparon entre el 23 y el 24 de septiembre, de madrugada, y no volvieron hasta veinte años después. Muchos, más de la mitad, regresaron en 1956. Otros permanecieron allí, como Ángel, flamante director de teatro en una Rusia que se deshelaba tras la muerte de Stalin.

No obstante, en 1974 y con 42 años, no resistió por más tiempo aquel Régimen entumecido, absolutamente irrespirable para una razón creativa, y regresó a España.

En la maleta, dos guerras, dos patrias, dos teatros -Chéjov y Stanislavski- y un viaje homérico entre el Picu Viyao y Los Urales, con unos diarios e infancia en modo de olor: “el de la torta y la leche recién ordeñada, el de la hierba segada, el de la que cura en la tenada, el de las flores silvestres y la manzanilla de monte…”.

Ángel Gutiérrez falleció en Madrid el 22 de junio de 2024.